Según datos de la UNESCO, 1.2 billones de estudiantes a nivel mundial se han visto directamente afectados por el cierre de las instituciones educativas a raíz de la pandemia, es decir, casi el 70% del total. [1] Cuando se desató la pandemia, la mayoría de las instituciones educativas hicieron grandes esfuerzos para trasladar la educación hacia el escenario online, pero no, no todos los estudiantes tienen acceso a internet. Parece obvio, o mejor, es obvio, pero aun así es un hecho olvidado, ignorado o sobre el cual no se ha prestado demasiada atención.
Antes del Covid-19, las mayores preocupaciones cuando se hablaba de niños e internet era el riesgo al que estaban expuestos y la necesidad de tutelarlos, pero humildemente creo que la pandemia nos ha dado un baño de agua fría. Recientemente, esos miedos se han desplazado para dar lugar a la imperante necesidad de masificar el acceso a las redes. Seguramente este no puede ser un proceso discriminado, como no puede serlo ningún otro, pero es evidente el cambio de paradigma que se ha generado.
La educación a distancia o educación online representa una posibilidad para romper el vínculo geográfico con la institución educadora para facilitar la participación de más estudiantes. Aun así, no es un hecho automático, el contrario puede ser igualmente cierto. Las diferencias en accesibilidad, infraestructura y preparación pueden aumentar la brecha que existe entre los estudiantes más y menos favorecidos, es decir, los beneficios de la educación a distancia no son directos.
En medio de la pandemia, ante la necesidad o la intención de pasar a la educación a distancia, la situación a nivel mundial ha puesto en evidencia las desigualdades que ya se conocían. En EEUU, 18.3% de los menores de 18 años no tienen acceso a internet en casa [2] y, aunque el número se ha ido reduciendo, resulta igualmente impactante cuando se considera que es una de las principales potencias del mundo. En el otro extremo se encuentran países como Venezuela, donde el número de niños sin acceso a internet en casa alcanza el 62% y se incrementa cada año. [3] Dentro de este enorme grupo desfavorecido alrededor del mundo, seguramente se encuentran quienes no participaban de la educación formal antes de pandemia y quienes han quedado desconectados a raíz de la cuarentena. Los números específicos son difíciles de encontrar.
Se intensifica la desigualdad
Cortar con la relación entre los niños y jóvenes y sus instituciones de formación no solo deteriora la educación, sino que afecta otros problemas importantes igualmente vinculados a la desigualdad como:
Los materiales: No todas las instituciones tienen la posibilidad de trasladar los libros y otros materiales al formato online.
La alimentación: Para muchos estudiantes, la única fuente de alimentos nutritivos la reciben en la escuela, situación particularmente grave en los países menos desarrollados.
Las diferencias: No todos los estudiantes aprenden a través de los mismos métodos de enseñanza y un formato online improvisado seguramente tiende hacia la estandarización. Además, en el mejor de los casos, la clase cuenta con estudiantes avanzados que requieren retos más importantes, pero qué pasa con aquellos que tienen dificultades para aprender. En medio de este momento de pandemia ¿cómo se atiende a quienes presentan dificultades de aprendizaje?
En otras palabras, esta situación seguramente traerá consigo: “pérdidas de los aprendizajes, niños que pierden la comida más importante del día y aumento de las tasas de deserción.” [4] En un reciente informe del World Economic Forum se habla de los peligros de una nueva generación perdida y lo que esta pueda representar a largo plazo. [5]
La pandemia apenas empieza
Algunos opinan que “el sistema educativo tal como era antes de la pandemia no va a seguir funcionando por lo menos por […] uno o dos años, hasta cuando llegue la vacuna”. [6] De ser así, las consecuencias se podrían multiplicar o extender a niveles irreversibles ¿Cuántos chicos estarán sin clases durante este período? ¿Cuánto más grande se hará la brecha entre los que tienen la posibilidad mantenerse al día y aquellos que se mantienen desconectados?
También podría pensarse que, en la medida en que la pandemia se extienda en el tiempo, las instituciones se irán adaptando y la situación podría mejorar. Pero también hay regiones del mundo donde el cierre de las escuelas aumenta el embarazo adolescente, la violencia sexual y el riesgo de reclutamiento por parte de grupos armados. [7] En pocas palabras, la emergencia podría abrir camino hacia la concientización de los problemas y la extensión de buenas prácticas en la educación a distancia, pero también se traduce en graves peligros para las comunidades más vulnerables.
La misma preocupación aplica a los centros educativos. Así como hoy en día existen diferencias importantes entre el equipamiento y la preparación con la que cuentan los profesores, es lógico pensar que las instituciones con mayores recursos podrán avanzar más fácilmente hacia la educación online. Si fuese así, el internet y los dispositivos electrónicos se convertirían en lujos necesarios para acceder a ciertos espacios de la educación.
Hacia el futuro
Hay muchas líneas de pensamiento que apuntan a creer que esta crisis impulsará el desarrollo de la educación a distancia y que muchas de las instituciones que se vieron forzadas a aplicar este modelo le darán más importancia y buscarán formas de desarrollarlo. [4] Con esta perspectiva existen al menos dos puntos para tener en cuenta:
El primero es una tendencia. Esta corriente de pensamiento implicaría que formamos parte de sociedades que aprenden rápidamente, que no han salido en masa a las calles, playas y centros nocturnos a la primera señal de flexibilización de la cuarentena y que las instituciones no tienen una larga lista de problemas que esta crisis solo ha intensificado. Pasados los gases lacrimógenos de la pandemia, las deudas pendientes se harán nuevamente visibles y coparán los primeros lugares de la lista de necesidades.
El segundo son complicadas preguntas. ¿Será que las instituciones –en situaciones muy diversas unas de otras– tomarán en cuenta la diversidad de la población estudiantil? ¿Será que el progreso acelerado de la educación a distancia intensificará la desigualdad entre los estudiantes? ¿Aquellos que difícilmente pueden acceder a un cuaderno podrán formar parte de una educación basada en el uso de los dispositivos digitales?
Consideraciones a corto plazo
Mientras Europa y partes de Asia y Norte América avanzan hacia el control de la crisis y se proponen caminos poscoronavirus (si, en español se favorece el pos- por encima del post-, aunque lo contrario se muestre incluso en medios de comunicación, Fundación BBVA), muchos países de América Latina y África caen y recaen, comprometiendo todos los servicios, entre ellos la educación.
En este sentido, casos como Jordania y China brindan algunas pistas sobre cómo enfrentar la situación. En China, el Ministerio de Educación ha puesto a la disposición en internet muchos libros de forma gratuita, mientras que cursos y recursos relevantes para la formación de los niños se transmiten a través de la televisión para quienes habitan en zonas rurales. [9] En Jordania, en un ejemplo tal vez más interesante, no solo se han tomado iniciativas parecidas a través de la televisión, sino que UNICEF está distribuyendo material impreso en las comunidades más vulnerables, incluyendo documentos especializados para niños con necesidades especiales. [10]
Consideraciones a mediano y largo plazo
La educación online brinda importantes oportunidades, incluso para afrontar el tema de la desigualdad, pero no es inversamente proporcional. Si aumenta la educación a distancia, no necesariamente disminuye la desigualdad. La posibilidad de llegar a más personas a través de la educación online es eso, un potencial. Cuando tengamos la posibilidad de estar a cargo del próximo curso online, de la programación del próximo semestre que se dictará total o parcialmente de forma online o sencillamente de la organización de los recursos que los estudiantes tendrán disponibles a través de la red, será necesario preguntarnos:
¿Estamos considerando a todos los futuros o potenciales estudiantes?
¿Estos recursos/modelos van a servir a todos por igual?
Si las respuestas son negativas, entonces será nuestra responsabilidad dedicar el tiempo y los recursos en configurar los programas o brindar posibilidades/becas/soporte/seguimiento a aquellos estudiantes que podrían requerir de ayuda para incorporarse o seguir este tipo de modelos. No los dejemos atrás cegados por los valores de la educación a distancia.
Recomiendo leer:
Referencias
[3] T. Ramírez, “En tiempos de pandemia, la brecha digital de Venezuela trae nuevas desigualdades a la enseñanza,” The Conversation, 2020.
[5] World Economic Forum, COVID-19 Risks Outlook A Preliminary Mapping and Its Implications. 2020.
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